Los Reyes del Mambo o el Jamón de Bellota Navidul a 69 € el kilo

REYES DEL MAMBO

Nadie mejor que el Grupo Navidul ha sabido aprovechar, en su última campaña publicitaria jamonera de Navidad, una de las disciplinas deportivas con mayor número de adeptos y simpatizantes de nuestro país, me refiero a la corruptela de personas, siendo lo realmente asombroso del guion de esta campaña el uso de un pensamiento que normaliza y banaliza los comportamientos corruptos, pensamiento que ha terminado calando sigilosamente desde el Lazarillo de Tormes hasta nuestros días, gota a gota, caso a caso, en nuestro ADN nacional.

Este fenómeno de normalización de la corrupción ha llegado a tal punto que los comportamientos y actitudes corruptas hace tiempo que dejaron de ser hechos aislados, propios de algunos batracios marginales, para convertirse en algo cotidiano y desprendido de todo complejo, algo que hasta el padre de un alumno es capaz de hacer inocentemente, aunque tenga que pagarle a su hijo un psicólogo hasta los treinta y cinco, eso sí, que todo sea por un buen jamón de bellota Navidul (ver anuncio, https://www.youtube.com/watch?v=ABGkn-aBjQI)

El anuncio del jamón de Navidul solo ratifica lo que ya es norma y costumbre integrada en una sociedad genuinamente materialista y consumista, no hace sino recoger un pensamiento tan extendido como admitido: una bajada de pantalones puede, en determinadas circunstancias, proporcionarnos algún tipo de beneficio, aunque sea a costa del sistema, es decir, de nuestro prójimo.

Esta metamorfosis del término corrupción hacia la generalización y la levedad ha sido ya incluso aprovechada como objeto argumental en la defensa de ciertos partidos políticos, algunos con responsabilidad de gobierno, implicados en tramas corruptas. La verdad es que la corrupción política se ha convertido en un fenómeno social, común y familiar, algo que ya no nos asombra, algo que ha dejado de ser noticia y que ni siquiera incide decididamente en nuestra intención de voto.

El desprestigio de los políticos, en este sentido, ha sido absoluto y resulta lamentable que demos por hecho que un político es un presunto culpable hasta que no pruebe su inocencia, todo lo contrario a la naturaleza garantista de nuestro Estado de Derecho, donde la presunción de inocencia nos preserva de linchamientos que pueden ser equivocados conforme a derecho, pero es que no nos faltan motivos.

Qué bonitos eran aquellos tiempos, si alguna vez existieron, donde la integridad del pensamiento individual, como norma moral, se anteponía a cualquier rédito político o beneficio lucrativo personal. Qué bien queda ser políticamente correcto a cambio de una contrapartida interesada, aunque con ello dejemos de ser honestos. Qué lástima que la política se haya convertido en ese campo cenagoso y putrefacto donde la post-verdad se impone como relato oficial.

Ante este panorama moralmente tan desangelado, surge la siguiente pregunta ¿somos los españoles tontos, no somos acaso conscientes de que la corrupción acaba, de alguna u otra manera, afectando a todos, incluso al corrupto?, yo respondo que no, los españoles somos muy listos, a veces tan listos y tan avariciosos que acabamos firmando preferentes sin más dilación, el cortoplacismo nos nubla la mente y nos convierte en yonkis del camino fácil y la corrupción política y moral se nos presenta como esa puerta amplia y generosa que hará de nosotros, ingenuamente, los Reyes del Mambo.

¿A quién queremos engañar?

Alberto Sánchez

Veo, veo… ¿Qué ves?…

Todo el mundo tiene más o menos claro lo que es una fuente de contaminación. A simple vista, no nos resulta muy difícil detectarla. Dicha percepción resulta mayor cuanto más se evidencia a nuestros sentidos, especialmente a la vista (humos, micropartículas en suspensión, residuos en el agua), al oído (ruidos diversos) o al olfato (gases).

Estas ventanas sensoriales nos permiten, con sus limitaciones, detectar gran parte de las amenazas contaminantes que nos acechan cotidianamente en el intramuros de nuestras propias ciudades, esas estructuras complejas y repletas de vida que durante siglos nos han servido de cobijo y que hoy se han convertido en un generador incesante de agentes contaminantes de todo tipo; lo que empezó siendo una fórmula inteligente y eficaz de ponernos a salvo de los peligros externos, se ha transformado en una cloaca pestilente y ruidosa que pone en jaque la salud de nuestras familias; el enemigo se encuentra ahora en casa ¿Pero qué ocurre cuando la fuente contaminante escapa a nuestros sentidos? pues que lógicamente nos impide detectarla, denunciarla y emprender las medidas que atajen el problema.

Uno de estos casos de polución invisible, inodora e insípida irrumpió en nuestras sociedades modernas e industrializadas con la llegada generalizada de las centrales nucleares. Los riesgos que entrañan la energía nuclear son inquietantes y el problema de los residuos que genera parece que no encuentra una solución razonable. Muchos  recordamos todavía los acontecimientos nefastos de Chernobil o los más recientes de Fukoshima.

Otro tipo de contaminación, menos mediática y alarmante, pero que sin embargo responde a la misma naturaleza “indetectable” de la radioactividad, son los campos electromagnéticos (CEM) no ionizantes de baja frecuencia que invaden la práctica totalidad de ambientes urbanos y domésticos: telefonía móvil, aparatos electrodomésticos, tecnología wifi, etc, son solo algunos ejemplos.

La comunidad científica internacional, no vinculada a los grandes lobbies energéticos, lleva manifestando, desde hace varias décadas, su preocupación por el aumento incesante de las fuentes emisoras de CEM y por las consecuencias perjudiciales para la salud de las personas que podría entrañar una exposición permanente residencial a este tipo de campos.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) hace suya esta misma preocupación e insta a los diferentes gobiernos a aplicar el “principio de precaución” frente a actuaciones o políticas que fomenten la proliferación de estos campos electromagnéticos de manera indiscriminada.

La exposición a estas emisiones electromagnéticas se debe reducir en la medida de lo posible, algo fácil de conseguir adoptando simples gestos cotidianos que están al alcance de todos: apagar los aparatos electrodomésticos que no que estén en uso, desactivar el wifi del rúter cuando no lo necesitemos, usar dispositivos de manos libres con nuestros teléfonos móviles, etc.

Sin embargo, existen otras fuentes de emisión, de índole, tamaño e intensidad diferentes, sobre las cuales no podemos actuar tan fácilmente; me refiero a las infraestructuras de transporte eléctrico de alto voltaje que en muchos casos invaden peligrosamente nuestros barrios.

El desarrollo exponencial y poco planificado de las aglomeraciones urbanas ha generado en los últimos años un sentimiento de indefensión en la población, generalmente la ubicada en las zonas periféricas, que ve como la administración municipal de turno ha obviado o ignorado en sus planes de ordenación urbanística el desmantelamiento o soterramiento de líneas de muy alta tensión, instalaciones éstas manifiestamente incompatibles con la habitabilidad y la salubridad de nuestros barrios. Líneas de alta tensión que fueron instaladas hace algún tiempo a cierta distancia de la ciudad se encuentran ahora en su interior y nada se está haciendo al respecto.

Que duda cabe que la exposición residencial permanente a los campos electromagnéticos (CEM) es un problema de salud pública y medioambiental, y tenemos que saber que a pesar de su invisibilidad es totalmente detectable, ya sea utilizando una instrumentación homologada o simplemente colocando durante la noche un tubo fluorescente bajo una línea de alta tensión que orientaremos hacia los cables electrificados; a los pocos segundos comprobaremos, en vivo y en directo, como estos campos electromagnéticos excitan el gas contenido en ellos.

Las líneas de alta tensión, aparentemente inertes, irradian incesantemente campos electromagnéticos perjudiciales para la salud de las personas que viven a proximidad. Esta plaga silenciosa y constante no nos puede dejar de brazos cruzados y debería estar en la agenda de aquellos que nos gobiernan, exijamos a quien corresponda soluciones inmediatas, cueste lo que cueste. Nos va la salud en ello.

El pescao vendío…

Ginebra, Suiza, cinco de la tarde, “eran las cinco de la tarde… “ del 13 de diciembre del año 14 del tercer milenio, tarde apacible y amable para esta época del año en la ciudad de Calvino y de Jean-Jacques Rousseau, día festivo para todos los ginebrinos que celebran la intentona fallida del duque Charles-Emmanuel I de Saboya de tomar la codiciada plaza fuerte de Ginebra, allá en la noche del 11 al 12 del annus domini 1602. En esa fatídica noche para los asaltantes saboyardos, una humilde ama de casa, Catherine Cheynel, conocida también como la mère (madre) Royaume, preparaba tranquilamente su habitual sopa de verduras, cuando a través de la ventana de su casa percibió a soldados saboyardos intentando escalar con escaleras de asalto las murallas de la ciudad. Arrebatada por los acontecimientos y sin más pensar, la mère Royaume arrojó su caldero de sopa hirviendo sobre las testas asaltantes, alertando así a la ciudad ya durmiente y propiciando su inesperada defensa.

Como buen ginebrino hispalense malacitano, siempre que tengo oportunidad, no dudo en acercarme a Ginebra para disfrutar de la fiesta de l’Escalade (la Escalada), todo un viaje en el tiempo; las callejuelas penumbrosas de la Vieille-Ville (casco antiguo) son el marco perfecto para disfrutar de las numerosas paradas militares de infantes ataviados con atuendos propios de la época, de arcabuceros que realizan ejercicios de tiro en las estrechas y sinuosas calles de la “cité” siempre acompañados de lanceros, caballería, tambores de guerra, flautines y mucho, mucho “vin chaud” (vino caliente) para hacer más llevaderas las bajas temperaturas de la noche, brebaje servido por citadinos vestidos con ropajes de antaño.

Con todas esas imágenes ya vividas en pasadas ediciones de la Escalada, me disponía a subir desde “les rues basses” (las calles bajas) a la Vieille-Ville, en compañía de mi pareja, cuando caminando por la empinada rue Verdaine, a la altura de la esquina con la rue de la Vallée, percibí a unos cinco metros la figura espigada de otro duque, no el de Saboya, sino el de Palma, que se dejaba caer calle abajo; toque de codo a mi parienta y disimulado susurro directo a su pabellón auditivo derecho: -cari, mira quien viene por tu izquierda-. La cari, incrédula, abrió los ojos como platos. El señor duque iba acompañado de otra persona con quien platicaba plácidamente al tiempo que abandonaba su paso al declive favorable de la pendiente, como un ginebrino más, sin más preocupación ni agobio. No pasaron tres segundos desde el ducado cruce que apareció la hermana mayor de Felipe VI, la infanta Cristina y duquesa de Palma. Decididamente, la tarde iba de duques. Yo preferí continuar mi paso, sin siquiera cruzar mirada o dirigir el más mínimo saludo, historia de no importunar; sin embargo para mi cari fue demasiado pedir y no pudo no pararse un par de segundos frente a tan real figura, preguntándome: -cari, pero si es…- y yo le respondí con voz alta y clara: -sí, es nuestra infanta-, a lo cual Doña Cristina sonrió muy educadamente. Acto seguido proseguimos nuestro ascenso pelegrino al casco antiguo donde tenían lugar los festejos previstos para aquella tarde.

Lo que al principio pareció ser un encuentro fortuito y anecdótico, se convirtió a medida que avanzaba la velada en un incesante “darle vueltas a la cabeza”. No lograba desprenderme de esa visión de tan inexplicable tranquilidad con la que los duques de Palma paseaban por su barrio residencial. ¿Cómo puede ser que un imputado como Iñaki Urdangarín, a quien se le pide más de seis millones de euros de multa y diecinueve años de prisión, pueda estar paseando como el que más, manos en los bolsillos, calle abajo por la ciudad predilecta de Luís Bárcenas, Francisco Granados y otros cuantos corruptos de tal calaña? ¿Y qué decir de Doña Cristina, a pocos días de que el juez Castro decida si aplicarle la doctrina Botín o si abrir juicio oral contra ella por un delito fiscal que podría llevarla a ingresar en prisión ocho años y a pagar el pastizal de dos millones de euros de multa? Yo no sé tú, pero yo con esa espada de Damocles sobre la cabeza, anímicamente no me encontraría con la parsimonia y la serenidad con la que vi a la pareja otrora portada de todas las revistas de la prensa del corazón.

Solo una cosa puedo imaginar, y ya me dirás que soy un mal “pensao”, pero a mí me da que el “pescao” está ya “vendio” y que nosotros los “pringaos”, no estamos aún al tanto de lo que por seguro va a acontecer, si no, tiempo al tiempo y ya se verá si estaba o no justificada tan aparente tranquilidad. Muy serenos y felices estaban los tortolitos, y digo yo que cuando el río suena, agua lleva.

Atentos compatriotas, algunos traidores intentan asaltar de noche, mientras dormimos, las murallas de nuestra democracia, la justicia es nuestra mère Royaume y ya está actuando con mano firme, a nosotros ahora de seguir su ejemplo y de asumir nuestras responsabilidades: librar a nuestro país de tanto mangante y de tanto corrupto, refundando las bases de un nuevo sistema, más humano, más justo, realmente transparente e igualitario.

¡¡¡No pasarán!!!

Corruptio, Pecata Minuta

Apenas quedan unas horas para que, la folclórica y blanqueadora de capitales en sus ratos libres, Isabel Pantoja deposite en los juzgados de Málaga la multa de 1.140.000 euros a la que ha sido condenada. De lo contrario, la convicta podría ingresar en la prisión de Alhaurín de la Torre, lugar de residencia de otro canalla, el exalcalde de Marbella y examante de la tonadillera Don Julián Muñoz, alias “Cachuli”. Recientes rumores apuntan a que la cantante tendría difícil reunir, en el plazo impartido, tal suma de dinero, hecho éste que ha servido para que media España se movilice al instante volcándose en donativos. Para estos leales seguidores es simplemente inconcebible que su ídolo dé con sus huesos y peinetas en la cárcel alhaurina, aunque para ello sea necesario burlar los efectos de la Justicia, pues cabe recordar que la naturaleza de la multa no es recaudatoria sino punitiva; pagando alguien en su lugar se estaría vulnerando el objeto de la propia condena, extremo éste que no ignora, afortunadamente, la Audiencia Provincial de Málaga.

Otro caso, no menos significativo, es el de Juan Martín Serón, edil de Alhaurín el Grande, juzgado y condenado por cohecho a 200.000 euros de multa y a un año de suspensión en su cargo. Una vez cumplida la condena el alcalde suspendido pretende retomar el cetro municipal, ya sea reincorporándose a las filas del PP o presentándose como grupo independiente; qué más da, el caso es volver a las andanzas, y no de cualquier manera, por la puerta grande señores, con el apoyo popular del que siempre ha gozado en la ciudad natal del golpista Antonio Tejero. Sí, así es, lo ha leído perfectamente, los alhaurinos están plenamente convencidos, a pesar de haber sido condenado por los tribunales, que el señor Serón debe seguir al mando de la gestión municipal de su pueblo, pero tampoco es para sorprenderse, este delincuente es tan solo uno más de los muchos ediles que durante más de dos décadas han ido tejiendo el mayor entramado organizado de corrupción municipal de la historia reciente de España, y todos ellos son admirados y venerados por sus votantes.

Todo empezó allá por los años 90 con la llegada de un pintoresco maestro de ceremonias al escenario político marbellí, el GIL, artífice e inspirador del «malayismo malacitanus». La irrupción de esta nueva fuerza política en Marbella, y más tarde en Estepona, contó con un apoyo popular sin precedentes, aun cuando era público y notorio la dudosa reputación de su fundador, el finado Jesús Gil, hombre de negocios que convencido de que todo tiene un precio, siguió aplicando la lógica mercantil a su nueva faceta política. El planteamiento es tan descarado como simple, pero no por ello menos eficaz: “…vosotros me apoyáis pase lo que pase, me dejáis hacer mis negocios y chanchullos personales y yo a cambio atraigo la inversión privada y la prosperidad económica al municipio usando, sin contemplaciones, la influencia que se deriva de la ostentación de mi cargo; y de paso, si sois buenos y leales, hasta a lo mejor es posible que os caiga algún contratillo”. El principio de “todos ganamos” sin importar el cómo. Aún hoy no son pocos los que añoran los días de la bulimia económica compulsiva de aquellos días, plenamente convencidos de que el modelo de crecimiento “borbujero” y corrupto que nos metió en la crisis es la clave para sacarnos de ella. Pobres ilusos.

¿Cómo se puede explicar la condescendencia hacia un corrupto si no es admitiendo la corrupción como un pecado menor, una travesura insignificante que no merece nuestra más absoluta reprobación y condena?

¿Qué ocurre en la mente de aquellos ciudadanos que veneran, adulan y defienden, a capa y a espada, a los famosos y gobernantes que con picaresca lazarina intentan burlar la Justicia?

Este fenómeno sociológico, tan curioso como perverso, es toda una gangrena para nuestra sociedad. Nos corresponde a nosotros, ciudadanos, amputar sin miramientos todo órgano infectado por las prácticas corruptas, facilitando y apoyando la acción de la Justicia para que se dirimen las responsabilidades penales (y políticas si se tratara de algún político) de todo aquel que corrompa, se deje corromper o comulgue con personalidades corruptas, pues como decía el de Aquino: ”Corruptio optimi pessima”, la corrupción de los mejores es la peor.

La Otra Cara de la Moneda

Cualquiera convendrá conmigo que no porque una cosa se haya dado siempre ésta debe perpetuarse irremediablemente. De igual manera, aunque la desigualdad de oportunidades haya marcado, en mayor o menor medida, muchos de los episodios de la Historia, este hecho no nos tiene que conducir fatalmente a una resignación derrotista, que nos obligue a admitir impotentes que nada va a cambiar, pues lo que siempre ha sido seguirá siendo, por mucho que hagamos, “Nihil novum sub sole”.

Creedme, los Hombres no tenemos por qué ser desiguales (en oportunidades) solo porque exista o haya existido la desigualdad (de oportunidades). Claro está, esto no significa que todos seamos iguales. Nadie es igual a nadie, faltaría más. Cada individuo es un mundo en si y evoluciona y prospera en la medida que se esfuerza para lograr sus propios objetivos. Este tipo de desigualdad nada tiene que ver con la desigualdad de oportunidades, es obvia, natural y justa. Si de lo que se trata es de competir entre nosotros en una carrera hacia el éxito, de acuerdo, admitámosla, ¿por qué no? pero por lo menos respetemos algunas reglas básicas existentes en toda carrera: salgamos todos al mismo tiempo desde el mismo punto de salida y que el mejor gane. Cuidado con mezclarlo todo.

En cuanto a las circunstancias que conducen a los cambios sociales convulsos (revoluciones), solo puedo decir que cuando ocurren suele ser demasiado tarde. La tensión y la crispación social que precede a toda revolución es solo fruto de la injusticia, de la impunidad de quienes nos gobiernan y representan, así como de las desigualdades sociales extremas. La gente no sale a la calle o monta barricadas porque le apetezca. Las personas, por lo general, aspiramos a vivir en paz y tranquilidad, pero eso sí, no acosta de perder la dignidad y derechos fundamentales (al trabajo, a la vivienda, a la sanidad y a la educación de calidad, etc) mientras atónitos comprobamos que quienes nos gobiernan rescatan a los bancos y se olvidan de nuestras familias.

Por lo que a la sacra santa propiedad privada respecta, es posible que algunos ignoren o quieran ignorar que no se trata de un principio absoluto e intocable, al menos dentro de los límites del Estado español. La propia Constitución española, en su artículo 33, apartado segundo, ya se encarga de poner coto a este derecho, supeditándolo a la función social que emane de su propia definición y naturaleza. Si una propiedad privada solo beneficia a su titular sin que de ella se obtenga ninguna función social (por vía impositiva, por ejemplo), el Estado tiene competencias para apropiarse, conforme a derecho, parcial o totalmente de dicho bien o patrimonio, según proceda. En consecuencia, nuestro estado de derecho prevé la distribución de riqueza, a través de los mecanismos que la Agencia Tributaria se da, para recaudar de todos los contribuyentes los fondos necesarios al sostenimiento de nuestro país. Contribuir de esta manera a las arcas públicas es el mayor y principal deber patriótico de los españoles. Otra cosa es que este modo de distribución de la riqueza no cuente hoy día con los niveles de ecuanimidad deseados. Las grandes fortunas, bajo la amenaza de retirar la inversión privada, benefician de ventajas fiscales injustificadas. No les basta con ser tremendamente ricos, sino que aspiran a ser infinitamente ricos mientras el populacho se come les mocos para subsistir en condiciones, muchas veces, deplorables e indignas.

¡Ay de aquel que arrebata la esperanza de los pueblos; pues la ira de quienes subyuga se sentará a su mesa!.

Gato encerrado

Extraña e inquietante coincidencia: Artur Mas bajo sospecha de estar envuelto en la trama Pujol cambia radicalmente de rumbo, contra todo pronóstico, renunciando a la consulta soberanista del 9N. Espero que no estemos frente a un trato maquiavélico bajo cuerda entre Rajoy y Mas, por el que la no celebración de la consulta se canjee a cambio de «dejar tranquilo» al president, no implicándolo en el cobro de comisiones del 3%, evasión de capitales, delitos contra la hacienda pública y otros negocios ocultos de su mentor, el «molt honorable».

Si no ¿cómo cabría explicar este repentino cambio de estrategia? ¿Acaso el anunciado choque de trenes era un simple farol? Esto huele que apesta, señores; aquí hay algo que no acaba de encajar. Mantener, como ha mantenido Artur Mas durante meses de gobierno, una línea férrea, decidida e intransigente, y repentinamente, con toda la naturalidad del mundo, apearse del proyecto sobre el que ha construido gran parte de su carrera política, es simplemente mosqueante.

Dando este paso, Artur Mas no solo rompe con sus tan necesarios socios de gobierno, rompe además con la confianza de los miles de catalanes que se echaron a la calle apoyando el proceso soberanista catalán, saboteando, de paso, el buque insignia de su propio programa político. ¿Qué le queda ahora al president? ¿Cómo piensa plantear su futuro y el de Convergencia i Unió para los próximos años? Sin el apoyo popular, que ciertamente ha perdido para siempre con esta maniobra inesperada, los días de su proyecto político están contados. Tal vez todo esto ya formaba parte de un guion bien orquestado por el que se pretendía poner punto final a un partido clave en el panorama político catalán y español en los últimos 35 años. Una eutanasia política, el colapso controlado de toda una institución que para muchos catalanes ha sido un referente nacional e identitario durante décadas.

No nos extrañemos si Artur Mas acaba próximamente dando con sus huesos en unos de esos cementerios para políticos influyentes, formando parte del consejo de administración de alguna multinacional implicada en contratos públicos llevados a cabo en suelo catalán. No descartemos tampoco un simple y merecido retiro, pongamos por caso, a las islas Caimán, Andorra, Luxemburgo, Liechtenstein o Suiza; parece ser que en aquellos países graban poco a las grandes fortunas forasteras y se vive muy bien si tienes una o varias cuentas corrientes bien alimentadas.